Si el corazón del hombre está enemistado con Dios, ¿cómo puede temerle y apartarse del mal?
Como las personas actuales no poseen la misma humanidad que Job, ¿qué hay de la esencia de su naturaleza, y de su actitud hacia Dios? ¿Temen a Dios? ¿Se apartan del mal? Los que no temen a Dios ni se apartan del mal sólo pueden definirse con cuatro palabras: son enemigos de Dios. Pronunciáis a menudo estas cuatro palabras, pero nunca habéis conocido su verdadero significado. Tienen contenido en sí mismas: no están diciendo que Dios vea al hombre como enemigo, sino que es el hombre quien le ve a Él así. Primero, cuando las personas comienzan a creer en Él, ¿quién no tiene sus propios objetivos, motivaciones y ambiciones? Aunque una parte de ellas crea en la existencia de Dios, y la haya visto, su creencia en Él sigue conteniendo esas motivaciones, y su objetivo final es recibir Sus bendiciones y las cosas que desean. En sus experiencias vitales piensan a menudo: He abandonado a mi familia y mi carrera por Dios, ¿y qué me ha dado Él? Debo sumarlo todo y confirmarlo: ¿He recibido bendiciones recientemente? He dado mucho durante este tiempo, he corrido y corrido, y he sufrido mucho; ¿me ha dado Dios alguna promesa a cambio? ¿Ha recordado mis buenas obras? ¿Cuál será mi final? ¿Puedo recibir Sus bendiciones?… Toda persona hace, constantemente y con frecuencia, esas cuentas en su corazón, y le ponen exigencias a Dios que incluyen sus motivaciones, sus ambiciones y sus tratos. Es decir, el hombre le está poniendo incesantemente a prueba en su corazón, ideando planes sobre Él, defendiendo ante Él su propio fin, tratando de arrancarle una declaración, viendo si Él puede o no darle lo que quiere. Al mismo tiempo que busca a Dios, el hombre no lo trata como tal. Siempre ha intentado hacer tratos con Él, exigiéndole cosas sin cesar, y hasta presionándolo a cada paso, tratando de obtener mucho dando poco. A la vez que intenta pactar con Dios, también discute con Él, e incluso los hay que, cuando les sobrevienen las pruebas o se encuentran en ciertas circunstancias, con frecuencia se vuelven débiles, pasivos y holgazanes en su trabajo, y se quejan mucho de Él. Desde que empezó a creer en Él por primera vez, el hombre lo ha considerado una cornucopia, una navaja suiza, y se ha considerado Su mayor acreedor, como si tratar de conseguir bendiciones y promesas de Dios fuera su derecho y obligación inherentes, y la responsabilidad de Dios protegerlo, cuidar de él y proveer para él. Tal es el entendimiento básico de la “creencia en Dios” de todos aquellos que creen en Él, y su comprensión más profunda del concepto de creer en Él. Desde la esencia de la naturaleza del hombre a su búsqueda subjetiva, nada tiene relación con el temor de Dios. El objetivo del hombre de creer en Dios, no es posible que tenga nada que ver con la adoración a Dios. Es decir, el hombre nunca ha considerado ni entendido que la creencia en Él requiera que se le tema y adore. A la luz de tales condiciones, la esencia del hombre es obvia. ¿Cuál es? El corazón del hombre es malicioso, alberga traición y astucia, no ama la ecuanimidad, la justicia ni lo que es positivo; además, es despreciable y codicioso. El corazón del hombre no podría estar más cerrado a Dios; no se lo ha entregado en absoluto. Él nunca ha visto el verdadero corazón del hombre ni este lo ha adorado jamás. No importa cuán grande sea el precio que Dios pague, cuánta obra Él lleve a cabo o cuánto le provea al hombre, este sigue estando ciego a ello y totalmente indiferente. El ser humano no le ha dado nunca su corazón a Dios, sólo quiere ocuparse él mismo de él, tomar sus propias decisiones; el trasfondo de esto es que no quiere seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal ni obedecer Su soberanía ni Sus disposiciones, ni adorar a Dios como tal. Este es el estado del hombre en la actualidad. Consideremos de nuevo a Job. Lo primero es: ¿hizo un trato con Dios? ¿Tenía motivos ocultos al aferrarse al camino de temer a Dios y apartarse del mal? En aquella época, ¿había hablado Dios a alguien sobre el fin venidero? En aquel momento, Dios no le había hecho promesas a nadie respecto al fin, y Job fue capaz de temer a Dios y apartarse del mal con ese trasfondo. ¿Salen bien paradas las personas actuales si las comparamos con Job? Hay mucha disparidad, juegan en ligas diferentes. Aunque Job no tenía mucho conocimiento de Dios, le había dado su corazón y este le pertenecía. Nunca hizo un trato con Él ni tuvo deseos o exigencias extravagantes para con Él, sino que creía que “Jehová dio y Jehová quitó”. Esto era lo que él había visto y obtenido al aferrarse al camino de temer a Dios y apartarse del mal durante muchos años de vida. De igual manera, también había llegado a la conclusión de “¿Recibiremos de la mano de Dios todas las cosas buenas y no recibiremos la maldad?”. Estas dos frases eran lo que él había visto y llegado a conocer como resultado de su actitud de obediencia a Dios, durante sus experiencias vitales. Eran, asimismo, sus armas más poderosas con las que triunfó en las tentaciones de Satanás, y el fundamento de su firmeza en el testimonio de Dios. En este punto, ¿imagináis a Job como una persona agradable? ¿Esperáis ser como él? ¿Teméis tener que pasar por las tentaciones de Satanás? ¿Estáis decididos a pedirle a Dios que os someta a las mismas pruebas que Job? Sin duda, la mayoría de las personas no se atrevería a orar por estas cosas. Es evidente, pues, que vuestra fe es lamentablemente pequeña; en comparación con Job, vuestra fe es sencillamente indigna de mención. Sois enemigos de Dios, no le teméis, sois incapaces de manteneros firmes en vuestro testimonio de Él, y de triunfar sobre los ataques, las acusaciones y las tentaciones de Satanás. ¿Qué os hace aptos para recibir las promesas de Dios? Una vez oída la historia de Job y entendido el propósito de Dios de salvar al hombre y la relevancia de la salvación del hombre, ¿tenéis ahora la fe para aceptar las mismas pruebas que Job? ¿No deberíais tener un poco de determinación para poder seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal?
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