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lunes, 8 de marzo de 2021

Palabras diarias de Dios | Fragmento 36 | "La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II"

 Palabras diarias de Dios | Fragmento 36 | "La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II"

Dios debe destruir Sodoma

Génesis 18:26 Y Jehová dijo: Si encuentro en Sodoma cincuenta justos en la ciudad, salvaré todo el lugar por el bien de ellos.

Génesis 18:29 Y volvió a hablarle otra vez, y dijo: Tal vez puedan haber cuarenta ahí. Y Él dijo: No lo haré.

Génesis 18:30 Y le dijo: Tal vez puedan haber treinta ahí. Y Él dijo: No lo haré.

Génesis 18:31 Y dijo: Tal vez puedan haber veinte ahí. Y Él dijo: No la destruiré.

Génesis 18:32 Y dijo: Tal vez puedan haber diez ahí. Y Él dijo: No la destruiré.

Dios sólo se preocupa de aquellos que son capaces de obedecer Sus palabras y seguir Sus mandatos

Los pasajes anteriores contienen varias palabras clave: números. Primero, Jehová dijo que si encontraba cincuenta justos en la ciudad, la salvaría; es decir, que no destruiría la ciudad. ¿Había cincuenta justos en Sodoma? No. Poco después, ¿qué le señaló Abraham a Dios? Dijo: Tal vez puedan haber cuarenta ahí. Y Dios dijo: No lo haré. Después, Abraham sugirió: ¿Tal vez puedan haber treinta ahí? Y Dios dijo: No lo haré. ¿Quizás veinte? No lo haré. ¿Diez? No lo haré. ¿Había realmente diez justos en la ciudad? No había diez, sino uno. ¿Y quién era ese uno? Era Lot. En aquel momento, sólo había una persona justa en Sodoma; ¿pero fue Dios muy estricto o riguroso cuando se llegó a este número? ¡No, no lo fue! Y así, el hombre siguió preguntando, “¿y si hay cuarenta?”, “¿y si hay treinta?”, hasta que llegó a “¿y si hay diez?”. Dios dijo: “Aunque sólo hubieran diez, no destruiría la ciudad; la salvaría, y perdonaría a las demás personas ajenas a estas diez”. Diez habría sido bastante lamentable, pero resultó que, en realidad, ni siquiera había ese número de personas justas en Sodoma. Ves, por tanto, que a los ojos de Dios, el pecado y la maldad de los habitantes de la ciudad eran tales que Él no tuvo otra elección, sino destruirlos. ¿Qué quería decir Dios con que no destruiría la ciudad si hubiera cincuenta justos? Estas cifras no eran importantes para Dios. Lo relevante era si la ciudad contenía o no los justos que Él quería. Con que sólo hubiese una sola persona justa, Dios no permitiría que sufriera daños por Su destrucción de la ciudad. Esto significa que, tanto si Dios fuera a destruir la ciudad como si no, e independientemente de cuántos  justos  hubiera en ella, para Dios esta ciudad pecadora era maldita y abominable, y debía ser destruida, desaparecer de los ojos de Dios, mientras que los justos debían permanecer. Independientemente de la era, de la etapa del desarrollo de la humanidad, la actitud de Dios no cambia: Él odia el mal, y se preocupa por quienes son justos a Sus ojos. Esta clara actitud de Dios es también la revelación real de Su esencia. Como sólo había una persona justa en la ciudad, Dios no dudó más. El resultado final fue que Sodoma sería inevitablemente destruida. ¿Qué veis en esto? En aquella época, Dios no destruiría una ciudad si había cincuenta justos en ella, o incluso diez; esto significa que Dios decidiría perdonar y ser tolerante con la humanidad, o realizaría la obra de dirección, por unas pocas personas capaces de venerarlo y adorarlo. Dios da mucho valor a las acciones justas del hombre, Él da mucho valor a aquellos que son capaces de adorarlo y a aquellos capaces de hacer buenas obras delante de Él.

Desde los tiempos antiguos hasta hoy, ¿habéis leído alguna vez en la Biblia que Dios comunicara la verdad, o le hablara a alguna persona sobre Su camino? No, nunca. Las palabras de Dios dirigidas al hombre, que leemos, les señalaban a las personas lo que debían hacer. Algunos fueron y lo hicieron, otros no; algunos creyeron, otros no. Es todo lo que había. Por tanto, los justos de aquella época —los que eran justos a los ojos de Dios— eran simplemente los que podían oír las palabras de Dios y seguir Sus mandatos. Eran siervos que llevaban a cabo las palabras de Dios entre los hombres. ¿Podían definirse estas personas como los que conocen a Dios? ¿Se les podía catalogar de personas perfeccionadas por Dios? No. Y así, independientemente de su número, a los ojos de Dios, ¿eran estos justos dignos de ser llamados confidentes de Dios? ¿Se les podía denominar testigos de Dios? ¡Indudablemente, no! Sin duda no eran dignos de ser llamados confidentes y testigos de Dios. Entonces, ¿cómo los llamó Dios? En la Biblia, hasta en los pasajes de la escritura que acabamos de leer, existen muchos ejemplos en los que Dios los define como “Mi siervo”. Es decir que, en ese momento, a los ojos de Dios estas personas justas eran Sus siervos, las personas que le servían sobre la tierra. ¿Y cómo se le ocurrió a Dios este apelativo? ¿Por qué los llamó así? ¿Tiene Dios estándares por los cuales define a las personas en Su corazón? Sin duda los tiene. Él tiene estándares, independientemente de si llama a las personas justas, perfectas, rectas, o siervos. Cuando cataloga a alguien como Su siervo, cree firmemente que esta persona es capaz de recibir a Sus mensajeros, de seguir Sus mandatos, y que puede llevar a cabo lo que mandan los enviados. ¿Y qué lleva a cabo esta persona? Lo que Dios le ordena hacer y llevar a cabo al hombre en la tierra. En ese momento, ¿podía llamarse camino de Dios a lo que Él le pedía al hombre que hiciera y llevara a cabo en la tierra? No. Porque en esa época, Él sólo pedía que el hombre realizara unas pocas cosas simples; pronunciaba unos pocos mandatos sencillos en los que le pedía al hombre tan sólo que hiciera esto o aquello, y nada más. Dios estaba obrando según Su plan, porque en esa época todavía no estaban presentes muchas condiciones, el tiempo no estaba aún maduro, y a la humanidad le resultaba difícil mantenerse firme en el camino de Dios, pues todavía debía empezar a emanar de Su corazón. Dios vio a las personas justas de las que habló, a quienes vemos aquí —bien sea treinta o veinte— como Sus siervos. Cuando los mensajeros de Dios vinieran a estos siervos, serían capaces de recibirlos, de seguir sus mandatos, y de actuar según sus palabras. Esto era precisamente lo que deberían hacer y alcanzar los siervos a los ojos de Dios. Él es juicioso en Sus apelativos para las personas. No las llamó Sus siervos porque fueran como vosotros sois ahora —porque hubieran oído mucha predicación, supieran lo que Dios iba a hacer, entendieran mucho de la voluntad de Dios y comprendieran Su plan de gestión—, sino porque su humanidad era sincera y eran capaces de cumplir las palabras de Dios; cuando Él les mandaba, ellos podían dejar de lado lo que estuviesen haciendo y llevar a cabo lo que Él había ordenado. Y así, para Dios, el otro nivel de significado en el título de siervo es que colaboraran con Su obra en la tierra; aunque no eran los mensajeros de Dios, eran los ejecutores y los implementadores de Sus palabras en la tierra. Veis, pues, que estos siervos o personas justas tenían un gran peso en el corazón de Dios. La obra en la que Él iba a embarcarse en la tierra no podía existir sin personas que cooperaran con Él, y el papel desempeñado por Sus siervos era irreemplazable por Sus mensajeros. Cada tarea que Dios ordenaba a Sus siervos tenía una gran importancia para Él y, por ello, no podía perderlos. Sin la cooperación de estos sirvientes con Dios, Su obra entre la humanidad habría quedado paralizada, con la consecuencia de que el plan de gestión de Dios y Sus esperanzas habrían quedado en nada.

Extracto de “La Palabra manifestada en carne”

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