Zhang Jin, Pekín
16 de agosto de 2012
Soy una hermana anciana con las piernas dañadas. Incluso cuando el clima es bueno, tengo algunos problemas al andar, pero cuando las aguas estuvieron a punto de tragarme, Dios permitió que escapara milagrosamente del peligro.
Fue el 21 de julio de 2012. Ese día cayó una lluvia torrencial, y resulta que yo estaba fuera desempeñando mi deber. Después de las 4 de la tarde, la lluvia no había parado aún. Cuando terminó nuestra reunión, desafié a la lluvia y tomé un autobús a casa. Durante el trayecto, llovía con más y más fuerza, y cuando el autobús llegó a la parada anterior a la mía, el conductor nos dijo a todos los pasajeros: “Este autobús no puede llegar más lejos; la carretera se ha colapsado más adelante”. No se podía hacer nada, así que no tuve otra elección que bajarme del autobús e ir a pie el resto del camino. No me atrevía a dejar a Dios y oraba continuamente en mi corazón. A causa de la fuerza del diluvio, el agua se había tragado completamente la carretera. Traté de seguir agarrándome a las columnas de cemento que bordeaban la carretera, y fui avanzando paso a paso. Justo entonces, oí a alguien gritar detrás de mí: “¡No siga avanzando! ¡Rápido; gírese y vuelva! No puede pasar; esa agua es profunda y la corriente demasiado rápida. ¡Si la arrastra, no podré salvarla!”. En ese momento, sin embargo, yo no podía avanzar ni retroceder porque el agua ya me llegaba al pecho. No me atrevía a seguir avanzando, así que todo lo que podía hacer era orar a Dios e implorarle que me abriera una salida: “¡Dios! Tú has permitido que este entorno me sobrevenga, y si vivo o muero está en Tus manos ahora. Si el nivel del agua bajara sólo 15 centímetros, yo podría seguir caminando. Dios, haz Tu voluntad; ¡yo estoy dispuesta a confiarte mi vida!”. Después de esta oración, me sentí muy tranquila y serena. Recordé una de las declaraciones de Dios: “Los cielos y la tierra y todas las cosas son establecidos y hechos completos por las palabras de Mi boca y conmigo todo puede lograrse” (“Declaraciones y testimonios de Cristo en el principio”). Las palabras de Dios me dieron fe y valentía. Como los cielos y la tierra y todas las cosas están en las manos de Dios, yo sabía que por muy implacable que fuera ese diluvio, no podía escapar de la orquestación de Dios. Nadie podía apoyarse más en nadie; mi hijo, mi hija… nadie podía cuidar del otro. Yo creía que mientras confiara en Dios, no existía dificultad que no pudiera superar. Justo en ese momento, se produjo un milagro. La corriente fue yendo cada vez más lenta hasta que dejó de ser tan violenta como lo había sido poco antes, y las columnas de cemento que bordeaban la carretera aparecieron gradualmente. En efecto, el nivel del agua descendió 15 centímetros del nivel de mi pecho. Y justo así, salí de allí, paso a paso, bajo la dirección de Dios. De no haber sido por Su benevolencia y protección, no sé dónde me habría llevado la inundación. Desde lo profundo de mi corazón, expresé mi gratitud y alabanza, y di gracias a Dios Todopoderoso por haberme dado una segunda oportunidad en la vida.
Más tarde, oí la descripción de las lluvias por parte de mi hijo: Ese día, después de llegar a casa tras cumplir con su deber, fue primero al baño. Tan pronto como salió del mismo y volvió a su habitación, oyó un gran crujido fuera. Cuando salió a echar una ojeada, vio que todo el edificio del aseo se había derrumbado bajo el agua. De no haber sido por la protección de Dios, habría muerto. Fue exactamente como Dios dijo en una de Sus declaraciones: “cualquiera de todas las cosas, vivas o muertas, cambiarán, se moverán, se renovarán y desaparecerán de acuerdo con los pensamientos de Dios” (‘Dios es la fuente de la vida del hombre’ en “La Palabra manifestada en carne”). El entusiasmo extremo que sentí en mi corazón no puede expresarse realmente con palabras.
A través de estos dos incidentes, mi fe se ha vuelto aún más firme. Ese día, Dios me había permitido sobrevivir a la calamidad exactamente para permitirme dar testimonio de Él. No puedo ignorar a mi conciencia. Cuando recuerdo lo egoísta, miserable y santurrona que solía ser normalmente mientras cumplía con mi deber, me doy cuenta de que no sentí en absoluto el sentido de urgencia de Dios ni compartí Sus pensamientos. De ahora en adelante, deseo arrepentirme y cambiar. Usaré mis propias experiencias personales para traer a más personas ante Dios y desempeñar mi parte en la obra de difusión del evangelio.
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