Muling, Pekín
16 de agosto de 2012
El 21 de julio de 2012 se vio en Pekín el diluvio más grande en sesenta años. Durante ese aguacero torrencial vi los actos de Dios y cómo Él salva al hombre.
Esa tarde otras tres hermanas y yo nos habíamos reunido. Afuera, la lluvia seguía cayendo. A las 4:30 de la tarde, mi esposo, que no era creyente, regresó a decirnos que había tanta agua en la rotonda que la gente no podía circular. Aun así, a las cinco de la tarde, se marchó apurado al turno nocturno. En ese momento, yo no sentía nada extraño y fui a preparar la cena como siempre. A las siete de la tarde, nuestro inquilino golpeó la puerta de repente, llamándome, y cuando salí a mirar me llevé un enorme susto: el agua de la lluvia ya había inundado el patio y estaba entrando por la parte este y oeste de la casa, mientras el agua del piso seguía subiendo. Mi hijo y yo intentamos bloquear el flujo del agua, pero fue en vano. Desesperada, me arrodillé en el agua y le pedí a Dios: “Oh, Dios, te ruego que me abras un camino”. Justo en ese momento, llamaron del trabajo de mi esposo para preguntar si él estaba en casa, y mientras hablaba, el agua ya estaba entrando en la parte principal de la casa. Me di cuenta de lo grave que era, y comencé a preocuparme por mi esposo, no tenía ni idea de lo que le había sucedido. Me volví a arrodillar en el agua para rogarle a Dios en medio de mi ansiedad: “¡Oh, Dios! Sólo al enfrentar esta repentina inundación, siento Tu enojo, y me doy cuenta de mi rebelión y traición. Hubieses vuelto nuestro corazón hacia Ti para hacer que vivamos fácilmente confiando en Ti, sin embargo, me sigo aferrando a mi familia, a mi esposo y mis hijos, y no los dejo ir. ¡Oh, Dios! Sólo ahora entiendo que entre los seres humanos ninguno puede darle nada a otro, y ninguno puede servir a otro; sólo cuento contigo. Mi esposo lleva más de cuatro horas camino del trabajo, todavía no ha llegado a la empresa y no sé qué puede haberle pasado en el camino. ¡Lo encomiendo voluntariamente en Tus manos, y pase lo que pase, obedezco voluntariamente Tu orquestación y Tus planes!”. Continué orando de esta manera una y otra vez, y alrededor de las nueve de la noche, mi esposo apareció de repente ante mí completamente empapado. Sin cesar, le agradecí a Dios en mi corazón por salvarlo. En ese momento, el agua en la habitación ya casi me había alcanzado los muslos; tomé a mi esposo y dije: “Ora conmigo, nuestra vida es concedida por Dios”. Mi esposo asintió y nos arrodillamos juntos en el agua para orar. Mientras orábamos, de repente escuché gritar a nuestro inquilino: “¡El agua está bajando! ¡Está bajando!”. Dentro de mi corazón, estaba emocionada; si afuera la lluvia seguía cayendo, ¿cómo podía estar bajando el nivel del agua? ¡Era la omnipotencia de Dios! Cuán amoroso y confiable es Dios, cuánto ama al hombre. Somos tan insignificantes y rebeldes que Dios se compadece de nosotros y toma en cuenta nuestro clamor y nos salva de la calamidad. Realmente no sé qué palabras usar para expresar mi gratitud y adoración a Dios.
Después de aquella fuerte lluvia, también mi esposo, mi suegra y mis colegas creyeron en Dios, y le agradecí a Él que los salvara. A través de esta experiencia comprendí verdaderamente que Dios no hace venir los desastres para destruir a la humanidad sino para llevar a cabo Su salvación. Por un lado, Él nos despierta, a los hijos ciegos y rebeldes que creen en Él y sin embargo son tibios y lo engañan y traicionan. Por otro lado, se trata más de salvar a todas las pobres almas que originalmente le pertenecían pero que aún viven bajo el dominio de Satanás. Este método de salvación alberga gran parte del minucioso cuidado de Dios. Como dicen las palabras: “Hoy, no sólo estoy descendiendo sobre la nación del gran dragón rojo, también estoy volviendo Mi rostro hacia todo el universo, de forma que todo el empíreo tiembla. ¿Existe un solo lugar que no se someta a Mi juicio? ¿Hay un solo lugar que no exista bajo los azotes que lanzo? Dondequiera que voy he esparcido semillas de desastre de todo tipo. Esta es una de las formas en que trabajo, y es sin duda un acto de salvación para el hombre; lo que le extiendo sigue siendo un tipo de amor. Deseo hacer que incluso más personas lleguen a conocerme, puedan verme, y de esta forma lleguen a venerar al Dios a quien no han visto durante tantos años, pero que hoy es práctico” (‘La décima declaración’ en “La Palabra manifestada en carne”). No puedo evitar ofrecerle a Dios mi alabanza: “Oh, Dios, Tu amor es tan real, porque he visto que sin importar lo que hagas, lo haces para salvarnos. Ahora aprecio Tu omnipotencia y Tu sabiduría, y veo Tu amor y salvación, y aún más claramente veo Tus vehementes intenciones. Ya no puedo ser indiferente y desagradecida. ¡Sólo deseo entregar toda mi vida para extender el evangelio de Tu reino, traer más almas perdidas a Tu familia y a través de esto dedicar mi corazón verdaderamente a Ti a devolver Tu gran amor!”.
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