El Relámpago Oriental, Dios Todopoderoso, es la segunda venida del Señor Jesús. Las ovejas de Dios oyen la voz de Dios. ¡En tanto leas las palabras de Dios Todopoderoso, verás que Dios ha aparecido! Invitamos a quienes buscan la verdad con el corazón a venir aquí y mirar.

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domingo, 14 de abril de 2019

El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios

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Todo el mundo siente que la gestión de Dios es extraña, porque las personas piensan que la misma no está en absoluto relacionada con el hombre. Piensan que esta gestión es la obra de Dios únicamente, que son Sus asuntos y, así, la humanidad es indiferente a la misma.
De esta forma, la salvación de la humanidad se ha vuelto confusa e indistinta, y ahora no es otra cosa más que retórica vacía. Aunque el hombre sigue a Dios con el fin de ser salvado y entrar en el hermoso destino, no se preocupa por cómo gestiona Él Su obra. El hombre no se preocupa por lo que Dios planea hacer y la parte que él debe desempeñar con el fin de ser salvado. ¡Qué trágico! La salvación del hombre es inseparable de la gestión de Dios y menos aún puede divorciarse de Su plan. Sin embargo, el hombre no piensa nada de la gestión de Dios, y cada vez se distancia más de Él. En consecuencia, cada vez más personas están convirtiéndose en seguidoras de Dios sin conocer cosas estrechamente relacionadas con la salvación del hombre, como qué es la creación, qué es la creencia en Él, cómo adorarle, etc. En este punto debemos tener, pues, una charla sobre la gestión de Dios, de manera que cada seguidor pueda saber claramente la importancia de seguir a Dios y creer en Él. También podrán elegir de forma más precisa el camino que deben recorrer, en vez de seguir a Dios únicamente para obtener bendiciones, evitar el desastre o tener éxito.

Aunque la gestión de Dios puede parecerle profunda al hombre, no le resulta incomprensible, porque toda Su obra está conectada con Su gestión, tiene relación con la obra de la salvación de la humanidad y concierne a la vida, al vivir, y al destino de la humanidad. Se podría decir que la obra que Dios hace en medio del hombre y en él es muy práctica y está llena de sentido. El hombre puede verla, experimentarla y está lejos de ser abstracta. Si el hombre es incapaz de aceptar toda la obra que Dios hace, ¿cuál es entonces el sentido de esta obra? ¿Y cómo puede llevar esa gestión a la salvación del hombre? Muchos de los que siguen a Dios sólo se preocupan por cómo obtener bendiciones o evitar el desastre. A la mención de la obra y la gestión de Dios, se quedan en silencio y pierden todo interés. Creen que conocer tales cuestiones tediosas no desarrollará su vida ni será beneficioso y, así, aunque han oído mensajes acerca de la gestión de Dios, los tratan como si nada. No los ven como algo precioso que se debe aceptar, y menos aún lo reciben como parte de su vida. Esas personas tienen un objetivo muy simple al seguir a Dios: obtener bendición, y son demasiado perezosas para atender cualquier cosa que no implique este objetivo. Para ellas, creer en Dios para obtener bendiciones es la más legítima de las metas y el valor mismo de su fe. Cualquier cosa que no logre este objetivo no les afecta. Tal es el caso de la mayoría de los que creen en Dios hoy. Su objetivo y su motivación parecen legítimos porque, al mismo tiempo que creen en Dios, también se esfuerzan por Él, se dedican a Él, y cumplen su deber. Entregan su juventud, abandonan a la familia y su profesión e incluso pasan años ocupados lejos de su hogar. Por causa de su objetivo supremo, cambian sus intereses, alteran su perspectiva en la vida e incluso cambian la dirección que buscan, pero no pueden cambiar el objetivo de su creencia en Dios. Van de acá para allá tras la gestión de sus propios ideales; no importa cuán lejos esté el camino ni cuántas dificultades y obstáculos haya a lo largo del mismo, se mantienen firmes y sin miedo a la muerte. ¿Qué poder los hace seguir entregándose de esta forma? ¿Es su conciencia? ¿Es su personalidad magnífica y noble? ¿Es su determinación para luchar con las fuerzas del mal hasta el final? ¿Es su fe en la que dan testimonio de Dios sin buscar recompensa? ¿Es su lealtad, por la que están dispuestos a entregarlo todo para cumplir la voluntad de Dios? ¿O es su espíritu de devoción mediante el cual siempre han renunciado a exigencias personales extravagantes? ¡Que personas que nunca han conocido la obra del plan de gestión de Dios den tanto, es simplemente un milagro maravilloso! Por el momento, no expongamos cuánto han dado estas personas. Sin embargo, su comportamiento es muy digno de nuestro análisis. Aparte de los beneficios tan estrechamente asociados con ellos, ¿podría existir alguna otra razón para que estas personas, que nunca entienden a Dios, den tanto por Él? En esto, descubrimos un problema no identificado previamente: la relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. En palabras claras, es como la relación entre empleado y empleador. El primero sólo trabaja para recibir las recompensas concedidas por el segundo. En una relación como esta, no hay afecto, sólo un trato; no hay un amar y ser amado, sólo caridad y misericordia; no hay entendimiento, sólo resignación y decepción; no hay intimidad, sólo un abismo sobre el que no se puede tender un puente. Cuando las cosas llegan a este punto, ¿quién es capaz de revertir tal tendencia? ¿Y cuántas personas son capaces de entender verdaderamente cuán desesperada se ha vuelto esta relación? Creo que cuando las personas se sumergen en el gozo de ser bendecidas, nadie puede imaginar cuán embarazosa y desagradable es una relación así con Dios.

Lo más triste acerca de la creencia de la humanidad en Dios es que el hombre dirige su propia gestión en medio de la obra de Dios y no presta atención a Su gestión. El fracaso más grande del hombre reside en cómo, al mismo tiempo que busca someterse a Dios y adorarlo, está construyendo su propio destino ideal y calculando cómo recibir la mayor bendición y el mejor destino. Incluso si las personas entienden cuán despreciables, odiosas y patéticas son, ¿cuántas podrían abandonar fácilmente sus ideales y esperanzas? ¿Y quién es capaz de detener sus propios pasos y dejar de pensar en sí mismo? Dios necesita a quienes cooperarán de cerca con Él para completar Su gestión. Él requiere a aquellos que entregarán su mente y su cuerpo a la obra de Su gestión con el fin de someterse a Él; no necesita personas que estirarán las manos y le suplicarán cada día, mucho menos aquellas que dan un poco y después esperan a que se les devuelva el favor. Dios desprecia a los que hacen una pequeña contribución y después se duermen en sus laureles. Aborrece a esas personas de sangre fría que se ofenden con la obra de Su gestión y sólo quieren hablar sobre ir al cielo y obtener bendiciones. Aborrece aún más a los que se aprovechan de la oportunidad presentada por la obra que Él hace al salvar a la humanidad. Eso es debido a que estas personas nunca se han preocupado por lo que Dios desea conseguir y adquirir por medio de la obra de Su gestión. Sólo les interesa cómo pueden usar la oportunidad provista por la obra de Dios para obtener bendiciones. Son insensibles al corazón de Dios, preocupados totalmente por su propio futuro y destino. Los que se ofenden con la obra de gestión de Dios y no tienen el más mínimo interés en cómo salva Dios a la humanidad y en Su voluntad, están todos haciendo lo que les place independientemente de la obra de gestión de Dios. Él no celebra su comportamiento ni lo aprueba, y, mucho menos, lo mira con buenos ojos.

Cuántas criaturas existen viviendo y reproduciéndose en la vasta extensión del universo, siguiendo la ley de la vida una y otra vez, ciñéndose a una norma continua. Los que mueren se llevan con ellos las historias de los vivos, y estos repiten la misma trágica historia de los que han muerto. Y, así, la humanidad no puede evitar preguntarse: ¿por qué vivimos? ¿Y por qué tenemos que morir? ¿Quién está al mando de este mundo? ¿Y quién creó a esta humanidad? ¿Fue la humanidad realmente creada por la Madre Naturaleza? ¿Controla realmente la humanidad su propio destino?… Durante miles de años, la humanidad se ha hecho estas preguntas, una y otra vez. Desgraciadamente, cuanto más se ha obsesionado con ellas, más ha desarrollado una sed por la ciencia. Esta ofrece una breve satisfacción y un disfrute temporal de la carne, pero está lejos de ser suficiente para liberar a la humanidad de la soledad, el aislamiento, el terror y el desamparo apenas encubiertos en lo profundo de su alma. La humanidad usa simplemente el conocimiento científico que el ojo humano puede ver y el cerebro puede comprender para anestesiar su corazón. No obstante, ese conocimiento científico no puede hacer que la humanidad deje de explorar misterios. La humanidad no sabe quién es el Soberano de todas las cosas en el universo, y, mucho menos, su principio y su futuro. Simplemente vive, forzosamente, en medio de esta ley. Nadie puede escapar a ella y nadie puede cambiarla, porque entre todas las cosas y en los cielos sólo hay Uno desde la eternidad hasta la eternidad que tiene la soberanía sobre todas las cosas. Él es Aquel al que el hombre nunca ha visto, que la humanidad nunca ha conocido, en cuya existencia nunca ha creído, pero es Aquel que insufló el aliento en los ancestros de la humanidad y dio vida a esta. Él es Aquel que provee y alimenta a la humanidad para su existencia, y la guía hasta el día presente. Además, Él y sólo Él es de quien depende la humanidad para su supervivencia. Tiene la soberanía sobre todas las cosas y rige sobre todos los seres vivos en el universo. Domina las cuatro estaciones, y es quien convoca al viento, la escarcha, la nieve y la lluvia. Él da el sol a la humanidad y trae la venida de la noche. Él fue quien ordenó los cielos y la tierra, brindando al hombre montañas, lagos y ríos, así como todas las cosas vivientes en ellos. Sus hechos están en todas partes, Su poder está en todas partes, Su sabiduría está en todas partes y Su autoridad está en todas partes. Cada una de estas leyes y normas es la representación de Sus hechos, y cada una de ellas revela Su sabiduría y autoridad. ¿Quién puede eximirse de Su soberanía? ¿Y quién puede liberarse de Sus designios? Todas las cosas existen bajo Su mirada; es más, todas viven bajo Su soberanía. Sus hechos y Su poder no le dejan a la humanidad otra opción más que la de reconocer que Él existe realmente y tiene soberanía sobre todas las cosas. Ninguna otra cosa aparte de Él puede dominar el universo, y menos aún proveer incesantemente a esta humanidad. Independientemente de que seas capaz de reconocer los hechos de Dios y creer en Su existencia, no hay duda de que tu destino se encuentra en las disposiciones de Dios, y que Él siempre tendrá soberanía sobre todas las cosas. Su existencia y autoridad no se predican en función de que el hombre pueda o no reconocerlas y comprenderlas. Sólo Él conoce el pasado, el presente y el futuro del hombre, y sólo Él puede determinar el destino de la humanidad. Independientemente de que seas capaz o no de aceptar este hecho, no pasará mucho tiempo antes de que la humanidad presencie todo esto con sus propios ojos, y esta es la realidad que Dios pronto empleará. La humanidad vive y muere bajo los ojos de Dios. Vive para la gestión de Dios, y cuando sus ojos se cierran para el tiempo final, también es por esa misma gestión. Una y otra vez, el hombre va y viene, de un lado para el otro. Sin excepción, todo forma parte de la soberanía y los designios de Dios. Su gestión siempre está avanzando y nunca ha cesado. Él hará a la humanidad consciente de Su existencia, que confíe en Su soberanía, vea Sus hechos, y vuelva a Su reino. Este es Su plan, y la obra que Él ha estado llevando a cabo durante miles de años.

La obra de la gestión de Dios comenzó en la creación del mundo, y el hombre se encuentra en el núcleo de esta obra. Puede decirse que la creación de todas las cosas por parte de Dios es en beneficio del hombre. Como la obra de Su gestión se extiende a lo largo de miles de años y no se lleva a cabo simplemente en cuestión de minutos o segundos, o en un pestañeo, o a lo largo de un año o dos, Él tuvo que crear más cosas necesarias para la supervivencia del hombre, como el sol, la luna, todo tipo de criaturas vivientes, y alimentos y un entorno vivo para la humanidad. Este fue el comienzo de la gestión de Dios.

Después de eso, Dios entregó a la humanidad a Satanás, el hombre vivió bajo su campo de acción, y esto llevó gradualmente a la obra de Dios de la primera etapa: la historia de la Era de la Ley… Durante varios miles de años de la Era de la Ley, la humanidad se acostumbró a la dirección de la Era de la Ley, empezó a tomársela a la ligera, y gradualmente dejó el cuidado de Dios. Así, al mismo tiempo que se adhirieron a la ley, también adoraron a ídolos y cometieron actos malvados. Quedaron sin la protección de Jehová y se limitaron a vivir su vida delante del altar en el templo. En realidad, la obra de Dios los había abandonado hacía mucho, y aunque los israelitas seguían adheridos a la ley, pronunciaban el nombre de Jehová y hasta creían con orgullo que sólo ellos eran el pueblo de Jehová y Sus escogidos, la gloria de Dios los abandonó silenciosamente…

Cuando Dios lleva a cabo Su obra, siempre abandona un lugar en silencio mientras lleva a cabo con delicadeza la nueva obra que comienza en otra parte. Esto les parece increíble a las personas, quienes están adormecidas. Estas siempre han valorado lo viejo y han considerado las cosas nuevas y poco familiares con hostilidad o las han visto como un fastidio. Y, así, cualquiera que sea la nueva obra que Dios lleve a cabo, desde el principio hasta el final, el hombre es el último en saber de ella entre todas las cosas.

Como siempre ha ocurrido, después de la obra de Jehová en la Era de la Ley, Dios empezó Su nueva obra de la segunda etapa: asumiendo la carne –encarnándose como hombre durante diez, veinte años– y hablando y haciendo Su obra entre los creyentes. Pero nadie lo sabía, sin excepción, y sólo un pequeño número de personas reconocía que Él era Dios hecho carne después de que el Señor Jesús fuera clavado en la cruz y resucitara. De forma problemática, apareció uno llamado Pablo, que se puso en enemistad mortal con Dios. Incluso después de ser derribado y de convertirse en apóstol, la vieja naturaleza de Pablo no cambió, y caminó por el sendero de oposición a Dios. Durante el tiempo en el que trabajó, Pablo escribió muchas epístolas. Tristemente, las generaciones posteriores disfrutaron de sus epístolas como palabras de Dios, hasta tal punto que fueron incluidas en el Nuevo Testamento y confundidas con las palabras habladas por Dios. ¡Esta es verdaderamente una gran desgracia desde la llegada de las Escrituras! ¿Y acaso no se cometió este error por la insensatez del hombre? Poco sabía que, en los registros de la obra de Dios en la Era de la Gracia, las epístolas o escritos espirituales del hombre simplemente no deberían estar ahí para suplantar la obra y las palabras de Dios. Pero ese es otro tema, así que volvamos a nuestro tema original. Tan pronto como la segunda etapa de la obra de Dios se completó —después de la crucifixión—, Su obra de recuperar al hombre del pecado (es decir, de las manos de Satanás) se cumplió. Y, así, a partir de ese momento, la humanidad sólo tuvo que aceptar al Señor Jesús como el Salvador para que sus pecados fueran perdonados. Nominalmente hablando, los pecados del hombre ya no eran más una barrera para que alcanzara su salvación y para presentarse delante de Dios, ni eran ya más la influencia por la que Satanás acusaba al hombre. Esto se debe a que Dios mismo había hecho una obra real, se había convertido en la semejanza y la muestra de la carne pecaminosa, y Él mismo era la ofrenda por el pecado. De esta forma, el hombre descendió de la cruz, siendo redimido y salvado gracias a la carne de Dios, la semejanza de esta carne pecaminosa. Y, así, después de haber sido hecho cautivo por Satanás, el hombre se acercó un paso más hacia la aceptación de la salvación delante de Dios. Por supuesto, esta etapa de la obra fue la gestión de Dios que iba un paso por delante de la Era de la Ley, y cuyo nivel era más profundo que esta.

Así es la gestión de Dios: entregar a la humanidad a Satanás —una humanidad que no sabe qué es Dios, qué es el Creador, cómo adorar a Dios y por qué es necesario someterse a Él— y dar rienda suelta a la corrupción de Satanás. Paso a paso, Dios recupera entonces al hombre de las manos de Satanás, hasta que el hombre adora plenamente a Dios y rechaza a Satanás. Esta es la gestión de Dios. Todo esto suena a historia mítica y parece sorprendente. Las personas sienten que es como una historia mítica y eso se debe a que no tienen ni idea de cuánto le ha ocurrido al hombre a lo largo de los últimos miles de años, y, mucho menos, cuántas historias han acontecido a lo largo de este universo. Además, eso se debe a que no pueden apreciar el mundo más asombroso, que induce al miedo, que existe más allá del mundo material, pero que sus ojos mortales les impiden ver. Esto le parece incomprensible al hombre y se debe a que este no tiene un entendimiento de la importancia de la salvación de la humanidad por parte de Dios y de Su obra de gestión ni comprende cómo desea Él que sea la humanidad en última instancia. ¿Es una humanidad parecida a Adán y Eva, no corrompida por Satanás? ¡No! La gestión de Dios tiene la finalidad de ganar a un grupo de personas que adoren a Dios y se sometan a Él. Esta humanidad ha sido corrompida por Satanás, pero ya no lo ve como su padre; reconoce el feo rostro de Satanás y lo rechaza y viene delante de Dios para aceptar Su juicio y castigo. Sabe lo que es feo, y cómo contrasta con lo que es santo, y reconoce la grandeza de Dios y la maldad de Satanás. Una humanidad como esta ya no trabajará más para Satanás ni lo adorará, ni lo consagrará. Es porque se trata de un grupo de personas a las que Dios ha ganado de verdad. Esta es la importancia de la gestión de la humanidad por parte de Dios. Durante Su obra de gestión en este tiempo, la humanidad es el objeto de la corrupción de Satanás, y, a la vez, es el objeto de la salvación de Dios, así como el producto por el que luchan Dios y Satanás. Al mismo tiempo que lleva a cabo Su obra, Dios recupera gradualmente al hombre de las manos de Satanás y, por tanto, el ser humano se acerca cada vez más a Dios…

Y después vino la Era del Reino, que es una etapa más práctica de la obra y, sin embargo, es también la más dura de aceptar para el hombre. Esto es así porque, cuanto más se acerca el hombre a Dios, más se acerca a él Su vara, y Su rostro aparece con mayor claridad delante de él. Después de la redención de la humanidad, el hombre regresa oficialmente a la familia de Dios. El hombre pensaba que ahora era el momento de disfrutar, pero está sujeto a un ataque frontal total por parte de Dios como nadie ha previsto nunca. Resulta que es un bautismo que el pueblo de Dios tiene que “disfrutar”. Dado ese trato, las personas no tienen más opción que detenerse y pensar para sí: yo soy el cordero, perdido durante muchos años, por el cual Dios pagó mucho para comprarlo de vuelta; entonces, ¿por qué me trata Él así? ¿Es esta la forma en que Dios se ríe de mí y me pone en evidencia?… Con el paso de los años, el hombre se ha curtido, ha experimentado la dificultad del refinamiento y el castigo. Aunque el hombre ha perdido la “gloria” y el “romance” de tiempos pasados, ha llegado a entender inconscientemente la verdad de ser un hombre y a apreciar los años de devoción de Dios para salvar a la humanidad. El hombre comienza a aborrecer lentamente su propia barbarie. Empieza a odiar lo salvaje que es, todas las malinterpretaciones sobre Dios y las exigencias irracionales que él le ha demandado. El tiempo no puede revertirse, los acontecimientos pasados se convierten en pesarosos recuerdos del hombre, y las palabras y el amor de Dios pasan a ser la fuerza impulsora de la nueva vida del hombre. Las heridas de este se curan día tras día, su fortaleza vuelve y se pone en pie y mira el rostro del Todopoderoso… sólo para descubrir que Él siempre ha estado a mi lado, y que Su sonrisa y Su hermoso rostro siguen siendo muy conmovedores. Su corazón se sigue preocupando por la humanidad que Él creó, y Sus manos siguen siendo tan cálidas y poderosas como lo eran al principio. Es como si el hombre regresara al jardín del Edén, pero esta vez ya no escucha las seducciones de la serpiente, ya no se aleja del rostro de Jehová. El hombre se arrodilla delante de Dios, mira Su rostro sonriente y ofrece su sacrificio más valioso: ¡Oh mi Señor, mi Dios!

El amor y la compasión de Dios impregnan cada detalle de Su obra de gestión e independientemente de si las personas son o no capaces de entender las buenas intenciones de Dios, Él sigue llevando a cabo sin descanso la obra que pretende cumplir. Sin importar cuánto entienden las personas sobre la gestión de Dios, todos pueden apreciar los beneficios y la ayuda de la obra realizada por Él. Quizás hoy no hayas sentido nada del amor o la vida provista por Dios, pero mientras no lo abandones ni renuncies a tu determinación de buscar la verdad, siempre habrá un día en el que la sonrisa de Dios se te revelará. Porque la meta de la obra de la gestión de Dios consiste en recuperar a la humanidad que se encuentra bajo el campo de acción de Satanás, no abandonar a la humanidad corrompida por este y que se opone a Dios.


23 de septiembre de 2005

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